En Alemania ha empezado una campaña donde presentan tener hijos como un atentado contra el clima y el medio ambiente.
En Alemania el nuevo gobierno de coalición de izquierda compuesto por socialdemócratas, verdes y liberales (rojo, verde y amarillo y por eso llamado gobierno semáforo) poco a poco está introduciendo nuevas políticas anti familia y directamente, antinatalistas muy contrarias a lo que habitualmente habían fomentado los anteriores gobiernos alemanes, formados por cristiano demócratas y socialdemócratas
Ya hay cambios legales que facilitan la publicidad a favor del aborto, o amplían la unión familiar hasta el punto donde puedes incluir a un amigo o el vecino. Lo último que está ocurriendo es presentar la procreación, el tener hijos, como un atentado contra el clima y el medio ambiente.
En Alemania hay, hasta el presente, una firme política en favor de la natalidad con distintas medidas sociales y particularmente el llamado Kindergeld («dinero por hijo») una ayuda directa a las familias por parte del Estado federal alemán por cada hijo que se tiene. Los padres, las familias con hijos, cobran mensualmente una cantidad por cada niño como una medida social para fomentar la natalidad. Una muy buena medida, por cierto, que en España jamás se ha planteado seriamente.
Pero ahora se extiende un planteamiento contrario, negativo hacia la vida y hostil a la natalidad. No es nada nuevo, ya la vieja «Gnosis» se caracterizaba por el «odio a la carne» que se daba, muy frecuente, entre aquellas sectas gnósticas que se extendieron entre los siglos II-III infiltradas entre las comunidades cristianas que crecían a lo largo y ancho del Imperio romano.
Era aquella una forma extraña (entonces parasitaria de aquel cristianismo en creación y expansión) que será el origen de todas las ideologías posteriores manteniendo siempre un mismo componente permanente: el desprecio al ser humano real, al hombre o mujer de «carne y hueso». Desde aquel tiempo muchos han sido los movimientos que han promovido el «anti-natalismo» y así su «anti-humanismo»: considerando la propagación de la especie humana como un mal en sí mismo.
Desde la vieja Gnosis a los Cátaros y Albigenses de los siglos XII y XIII o los movimientos espiritualistas del siglo XIV hasta, ya más tarde, en tiempos modernos, los Masones, Rosacruces y otras logias y sectas esotéricas que han compartido el mismo odio por la extensión de la especie humana.
Las formas cambiaron desde el Idealismo alemán y la Revolución Francesa en lo que se ha dado en llamar ideologías, encontrando en las ideologías totalitarias del siglo XX su forma más pura y destructiva: el desprecio por la vida humana llegó a límites extremos.
Mi generación en la década de 1990 pensamos que todo aquello había acabado para siempre o, al menos, por largo tiempo. Pero ha regresado: «el odio a lo humano», «el odio a la carne» manifestación práctica de la vieja gnosis y reciclaje de las «ideologías» regresa a través de la nueva izquierda: neofeminismo, generismo, climatismo, ambientalismo, animalismo, indigenismo, etc. Son los «ismos» o «neo-ideologías» más pujantes. Por separado o en combinación unas con otras. Buscan la verdad en el conflicto y definen siempre un enemigo absoluto a aniquilar en el otro.
Aquí en Alemania, la fuente teórica de esta hipótesis, más allá de los clásicos antinatalistas y eugenistas de la época pre nazismo, la ha puesto, en versión simpática y posmoderna, una maestra de Ratisbona, Verena Brunschweiger (Passau, 1980), que en 2019 desató oleadas de indignación (o lo que aquí se dice una «Shitstorm» –tormenta de mierda–) con su libro Kinderfrei statt kinderlos, (Libre de hijos en vez de sin hijos) un texto antinatalista y un juego de palabras que defiende tesis como estas: «Los niños son lo peor que se le puede hacer al medio ambiente»; «los niños son los mayores asesinos climáticos de todos y, por lo tanto, una vida sin niños es la única forma racional, ética y moralmente justificable de salir de la miseria climática hacia la que se dirige el mundo».
Aplica ejemplos como el gasto de jabones y otros productos de higiene, alimentación, pañales y demás derroches que ocasionan los bebés humanos por largo tiempo para justificar el daño que causan al medio ambiente.
Tras el éxito de esta primera obra un año después, la Brunschweiger, publicó otra más radical Die Childfree-Rebellion (La rebelión sin hijos con el subtítulo: «Demasiado radical es lo suficientemente radical», de 2020) donde llamaba a las mujeres a hacer una huelga de partos y afirma que las personas libres de hijos, especialmente las mujeres, tienen mejores relaciones sexuales y mejores relaciones humanas, insistiendo y profundizando sus tesis anteriores sobre los efectos nocivos de los niños, incidiendo especialmente en el clima pues dice: «por cada niño que no damos a luz ahorramos 58,6 toneladas de CO2 al año», un factor decisivo para la autora.
Esta descripción de los seres humanos reproductivos como provocadores y locos, se ha potenciado en alto grado y argumenta que cualquiera que ignore la crisis climática o la situación pandémica con el coronavirus y deliberadamente ayude a traer hijos a este mundo roto, un mundo «que gime y padece lleno de masas explotadas e injusticias» no merece ningún reconocimiento, ni ninguna ayuda o recompensa.
Todo esto recicla en forma burda aquello que gnósticos, espiritualistas de todo signo, ideólogos, eugenistas, totalitarios y, más recientemente, existencialistas exhibían como su resolución práctica: el absoluto desprecio a la vida corporal humana. Ahora, entramos en una, permítanme el término, «egoística» superior: los Verdes y la izquierda de nuevo cuño nos conducen a lo mismo, priorizando la protección ambiental o el bienestar animal a la humanidad misma.
Un claro síntoma del trastorno de personalidad límite que padece nuestra cultura de muerte: un prolongado patrón de emociones turbulentas e inestables donde, cultural y moralmente, destacan los comportamientos destructivos, las tendencias a lesionarse a sí mismo, los pensamientos recurrentes de suicidio y los sentimientos crónicos de vacío dirigidos a la auto cancelación o suicidio de la especie.